Quinto domingo de Cuaresma: un tiempo de oración y misericordia
Misericordia en el Evangelio: Caminos de fe y arte entre la Misericordia y la Redención
Cada pasaje del Evangelio muestra una concatenación de momentos de Misericordia. Este pasaje nos habla de unos griegos que le piden a Felipe, que probablemente conocía su idioma, ver a Jesús. Felipe, diligente como siempre, toma medidas para conceder ese deseo y junto con Andrés acude a Jesús. Conducir a Jesús a quienes buscan a Dios es ya un acto de misericordia hacia el hombre.
Esta pintura ejecutada para la catedral de Mantua en 1798 por el pintor mantuano Felice Campi (1746/1817), es una copia fiel de la pintura del siglo XVI robada y posteriormente perdida de Fermo Ghisoni. Aquí se representa a Jesús a orillas del lago, llamando a los dos primeros discípulos e invitándolos a seguirlo. No es Felipe sino Andrés y Pedro, sin embargo, lo que llama la atención es la actitud de Cristo que con su gesto invita y se pone en camino apresuradamente, tanto que sus pies apenas parecen tocar el suelo. Seguramente Felipe también debió haber tenido el mismo impulso caritativo al conceder y traer a esos paganos al Maestro. La representación también parece ilustrar bien las palabras que Jesús dice luego en respuesta a Felipe: “Si alguno quiere servirme, sígame, y donde yo esté, allí también estará mi siervo”. Tres personajes conmovedores, fuertemente expresivos, en un paisaje donde los colores cálidos se convierten en protagonistas de un ambiente relajante.
Jesús vuelve a decir algo que, de momento, podría haber parecido discordante en ese contexto: “si el grano de trigo caído en la tierra no muere, queda solo; si muere, da mucho fruto”. Probablemente para indicar su pasión, muerte y resurrección que pronto se produciría. La escena del sembrador ha sido inmortalizada por algunos grandes artistas como Jean Francois Millet (1814/1875), que conoció bien la realidad de la vida en el campo. De origen campesino, se dedicó personalmente a trabajar la tierra para sustentar a su familia de ocho hijos, condición aceptada con humildad y religión porque para él esa era la voluntad de Dios. No hay rebelión ni crudeza en su obra, sino un sentimiento dulce y resignado que se une a la lenta y continua renovación de la naturaleza, que necesita tiempo y pudrirse en la tierra para que la espiga brote. Aquí el autor ha captado el gesto sagrado y solemne del labrador, realizado con la esperanza de que ese grano de trigo sembrado, en el gran campo arado, crezca y de la podredumbre pase a la dorada y rica espiga.
El pasaje continúa con un acontecimiento impensable y sorprendente, porque vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y lo glorificaré otra vez”. Un tema difícil de representar, pero lo que Gaulli (1638/1709) ejecutó para la iglesia del Gesù en Roma entre 1661 y 1679 no tiene igual ni comparación. Siguiendo el estilo barroco, aquí la pintura, la escultura y la arquitectura se funden en un conjunto maravilloso con una maestría tan perfecta que los observadores quedan más que asombrados. El tema es precisamente la adoración y glorificación del nombre de Jesús”. Haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por esto Dios lo exaltó… y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (carta a los Filipenses). Estas son algunas de las palabras escritas en una cinta sostenida por los ángeles que encajan entre estas figuras en movimiento, ascendentes y descendentes. En la cúspide de la fuente de luz central se encuentra el mismo monograma "IHS" y desde allí hay toda una serie de figuras sagradas mirando hacia arriba. Al fondo, los condenados, con rostros atormentados que poco a poco se vuelven monstruosos, emergen de la escena, incapaces de sostener la luz divina del nombre de Jesús. La perspectiva abandona las reglas tradicionales y multiplica el espacio, las figuras flotan en un movimiento centrífugo rico en preciosos detalles. En un espectacular efecto ilusionista, la protagonista se convierte también en la luz dorada del cielo, que anima y realza cada elemento en sus colores.
Esta grandiosa composición escénica no sólo asombra a cada espectador, sino que también hace reflexionar sobre la gloria que Dios ha destinado para aquellos que con fe lo adoran y esperan en Él. Esta es una de las mayores evidencias de la misericordia de Dios hacia el pecador arrepentido.
Paola Carmen Salamino