Cuaresma – un tiempo de oración y misericordia
IV Domingo de Cuaresma
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él crea tenga vida eterna” (Juan 3:14-21)
El evangelio de este domingo comienza con esta importante referencia al Antiguo Testamento, donde la palabra de Dios misericordia permite la salvación incluso a aquellos que repetidamente han murmurado contra Él. Con solo mirar la serpiente de cobre colocada en el asta por Moisés en el desierto, como Dios le había ordenado, los judíos pudieron evitar la muerte.
Cesare Ligari, pintor lombardo (1716/1770) que murió en la pobreza, pintó un óleo sobre lienzo en 1740, actualmente en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán, que representa precisamente este episodio con gran efecto narrativo. Mientras el pueblo trataba tumultuosamente de deshacerse de las serpientes, Moisés colocó una serpiente de bronce en un poste alto, después de orar a Dios pidiendo misericordia para su pueblo. Lo distinguen el amplio manto blanco y los dos rayos de luz sobre su cabeza, mientras agita su bastón exhortando al arrepentimiento. El dramatismo del momento, sin embargo, se ve suavizado por una luz que desde lo más profundo del cielo parece iluminar el paisaje, calentar los colores y generar una sensación de esperanza. Jesús recuerda el gesto de Moisés porque también él, como la serpiente, será levantado en la cruz.
Jesús habla con los apóstoles, vive con ellos, es siempre Maestro porque debe nacer la Iglesia que debe ser vida en el mundo entero. Cristo justifica su venida entre los hombres “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo…. no para juzgar, sino para que el mundo sea salvo por él”. Este discurso se verifica más tarde cuando Jesús se despide de los apóstoles. En el cuadro del pintor sienés Duccio di Buoninsegna (1255/1319), conservado en el museo de la catedral de Siena, Jesús habla a los once que quedaron después de la traición de Judas. Es serio y decidido, pero sereno; los apóstoles, por su parte, muestran rostros con diferentes expresiones que dejan entrever su triste estado de ánimo. Los colores vivos de las túnicas, las aureolas doradas y la estancia que las alberga hacen que el conjunto parezca una preciosa miniatura gótica. El discurso de Jesús será siempre precioso y sabiamente guardado en el corazón de los apóstoles, que poco a poco intentan comprender esa inexplicable Misericordia de Dios mostrada en los orígenes de la creación.
Jesús lo enseña continuamente tanto con sus obras como con su Palabra, y de sí mismo dice: “la luz ha venido al mundo”. Los apóstoles son los depositarios de este maravilloso mandato y escuchan, tratando de aprender lo mejor que pueden lo que se les dice. Domenico Ghirlandaio (1448//1494), uno de los más grandes pintores del Renacimiento florentino, dejó una de sus obras maestras en la Capilla Sixtina de Roma, pintando la 'Llamada de los Apóstoles' en 1481/82. En un entorno paisajístico muy evocador, sitúa los distintos momentos en los que Jesús llama a los apóstoles en un gran espacio en el que naturaleza y personajes logran un notable equilibrio compositivo. La luz blanca procedente de las lejanas colinas se refleja en el lago de Tiberíades, mientras que otra luz casi frontal realza los colores vivos de las túnicas y los expresivos rostros de todos los personajes. El efecto resultante es muy cautivador para el observador que tiene la impresión de participar en el evento y escuchar sus palabras. Desde la llamada de los primeros apóstoles hasta su despedida, el hilo conductor sigue siendo siempre la gran Misericordia de Dios que, a través de su Hijo, provee a la humanidad, para que pueda mirar siempre con confianza a este Padre que nunca negará su ayuda.
Paola Carmen Salamino
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- Paola Carmen Salamino