Elige tu idioma EoF

El Padre Nuestro de la Misericordia

Orado con los ojos de la fe

Los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar. Y él dijo: “Cuando oréis, decid esto: 'Padre, santificado sea tu nombre'” (Lc.11.1-4)

Padre Esta es la primera invocación inconsciente que, en nuestra hermana Josephine Bakhita, se eleva hacia el 'dios' que no conoce, pero que evoca, impulsada por un impulso profundo que sube a sus labios en el reflejo de la belleza de la creación y de una providencia que marca con precisión sus días, meses, estaciones, nacimientos y muertes una hermosa creación que remite a un principio ante el cual inclina la cabeza y siente que ella también es parte de ese todo en el que se sumerge y disfruta, en la libertad de contemplar su rostro en todo lo que se le da.

Padre nuestro declina Mateo (6-9) quien capta la proximidad de todos aquellos que se reconocen hijos y subraya su importancia para esa reciprocidad que pide la presencia de Dios. misericordia tener un 'compañero' con quien tratar, que, al tiempo que nos remite a nuestra identidad y nos hace existir como algo distinto de nosotros mismos, nos permite ampliar el espacio de la misericordia del Padre y nos hace colaboradores indispensables para que la obra de Sus manos pueden ser derramadas sobre el mundo.

que estás en el cielo, esos cielos que Bakhita vio sobre ella. Aquellos cielos que desde arriba conducen hacia abajo, ya estaban dentro de ella y se reflejaban en su mirada luminosa capaz de traer a Dios a la tierra. “Quien me ve, ve al Padre” y quien ve al Padre ve su realeza de hijo, ve esa gracia que “según la tradición rabínica, es el soplo de vida que fue dado a Adán con un beso”. (de: “La fede nuda” Ronchi/Marcolini) Aliento que colocó “ese pedacito de Dios dentro de nosotros”. (Etty Hillesum) Y la Escritura lo confirma: “…de poco menos que Dios” te llevarás el cielo contigo.

Santificado sea tu nombre “De la boca de los niños y de los que maman se eleva tu alabanza” Es el asombro con el que los niños miran al mundo, una mirada que sabe elevar a Dios la verdadera alabanza, esa oración que nada pide y nada ofrece… sólo quiere para alabar a Dios por su grandeza y magnificencia y por el amor y misericordia con que ha llenado la tierra. “¿Quién es el que ha hecho todas estas cosas? ¿Cómo me gustaría conocerlo? y a la pureza de la pregunta brota del corazón de Bakhita la inmensa ternura del agradecimiento. “Desarma la ternura, ese gesto que no es posesión ni depredación, ese gesto que toca y deja libre, que ofrece calidez y no pide nada. La caricia de Dios es la fe” (de: “La fede nuda” Ronchi/Marcolini) Fe en nosotros y cuidado del otro en la alabanza y obra que baja a Dios a la tierra.

Venga tu reino. Y si Dios baja a la tierra “El reino está aquí…” dice Jesús, aquí donde todo hombre se somete confiadamente a ese Padre que ama habitar la tierra más que los cielos de los cielos. Un Dios cercano que camina con nosotros en este cielo que se llama hombre, que se llama tierra, que se llama, absurdamente, “mal y dolor”. En Bakhita vive y trabaja esta fe infantil que aún no ha sido puesta a prueba por la malicia y el egoísmo humanos. Una fe que llena al hombre del Dios de misericordia. “Una fe desnuda, esencial, llevada en los brazos que inagula la teología de la ternura… que contiene la revelación del rostro de Dios”. (de: “La fede nuda” Ronchi/Marcolini) Es un reino que nos es dado para habitar incluso cuando la fe debe madurar y afrontar el sufrimiento, la muerte y todos esos límites que sólo el amor supera con el “amor absurdo”.

Tu voluntad se hará La adhesión a ser hijos de Dios implica aceptar la misma sumisión a Él: la sumisión que fue la de Jesús. “Padre, si es posible, pasa de mí esta copa, pero hágase tu voluntad”, dice Bakhita, cooperando de manera ignorante, pero no rebelde, a la salvación. Una cooperación madura, responsable, que pide a Dios otra fe, la que nace de la conciencia de sí misma como hija de un Dios que no puede ser salvación para todos si el hombre no se entrega a su irrupción de misericordia que lo transforma. Sí, porque “No le toca a Dios añadir la fe, Él no puede hacerlo, porque la fe es la respuesta libre del hombre al llamado de Dios” (de: “Una fede nuda” Ronchi/Marcolini)

Danos hoy nuestro pan de cada día. Un pan que satisface todas las necesidades de hambre, de cuidados y de ternura, un pan que todo padre nunca niega a sus hijos, un pan que tiene en sí todos los sabores de la vida y que Dios desmenuza en nosotros y a través de nosotros en los corazones y cuerpos sufrientes de cada hombre en la tierra. Pero incluso para distribuir este pan Dios necesita nuestra fe y nuestro coraje, nuestra complicidad, nuestro estar ahí para ayudarlo. Pero ¿a quién debemos dar este pan cada día, en esa cotidianidad que nos interpela y nos involucra? Al hambriento, la vida responde. Entonces se despliegan ante nosotros las obras de misericordia: obras espirituales y corporales, capaces de salvar al hombre en situación. Entonces “La fe da la inteligencia que penetra lo mínimo para percibir lo máximo” (G.Barzaghi) y el retorno a la interioridad se vuelve perentorio y no se puede dejar de entregarse a lo total y fiel”Hic sum”de nuestra presencia. Allí Dios se pone a trabajar. Y esto pasa, dice Ronchi 'cuando descubrí que había Dios dentro de mí, y comencé a ver a Dios en los demás' (de: “La fede nuda” Ronchi/Marcolini) y al ver a Dios en los demás vi qué pan necesitaban y les enseñé a probar su sabor dulce y salado, tal como Bakhita había aprendido en su experiencia ahora como esclava y ahora como mujer libre.

Perdónanos nuestras ofensas. Ésta es la invocación de la persona humilde y sencilla que siente una profunda necesidad de perdón y de esa purificación interior que le devuelva no sólo la semejanza de su Dios, sino también ese espacio de pureza en el que Dios encuentra en el hombre hecho carne, la hijo Jesús, obrador de su misericordia. Reconocer en la fe nuestra limitación y la alteridad absoluta de Dios, es creer en esa verdad que nos pone en nuestro lugar en el abrazo misericordioso que sólo Dios sabe dar: un abrazo en el que sentiremos fuertemente su perdón, pero a su vez sentiremos haznos capaces de perdonar. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, dice Jesús, y Bakhita se hace eco de ese perdón: “Si volviera a África buscaría a mis captores, me arrodillaría ante ellos y no sólo los perdonaría, sino que también les agradecería. porque a través de ellos conocí a Jesús.

como perdonamos a nuestros deudores…Así, toda grandilocuencia desaparece y cobra vida en nosotros una nueva conciencia que deja espacio para el abrazo de Dios en el que nos sentimos, juntos, hijos amados y perdonados.

No nos abandones a la tentación. En la certeza de un amor preveniente y abarcador como es el amor de Dios, y en el libre abandono a su voluntad de bien, no nos parece muy comprensible la expresión de la oración, que, a estas alturas, no parece corresponder plenamente a los parámetros de un amor paternal, donde ningún buen Padre puede abandonar a su hijo a la tentación. Y esto se debe a que no puede quererlo sino en el espacio de esa libertad que Dios ha dejado al hombre para que pueda elegir libremente entre el bien y el mal, libertad en la que Dios no puede intervenir a menos que se lo permita. Por eso es la súplica sentida y gratuita del hijo la que invierte el destino: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti: ¡Quédate conmigo, no me dejes solo!”.

Mas líbranos del mal Y el Padre no sólo nos libra del mal, sino que nos llama de todo corazón a sí mismo y nos devuelve su filiación y nos pide que seamos su 'patronero' de misericordia para todos. “Hic sum” es la respuesta renovada. Liberado de toda esclavitud, Bakhita se dirigirá al Padre con las mismas palabras: “¡Estoy aquí y soy tuyo, mi “Paron”, tuyo para siempre!

¡Amén! Que así sea Padre, Hic sum!

Señor Roberta Casini – Canossiana

Fuente

Quizás te interese