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II Domingo de Pascua B – El compartir de los bienes, signo del encuentro con Jesús resucitado

Lecturas: Hechos 4:32-35; 1 Juan 5:1-6; Juan 20:19-31

La Resurrección de Jesús, un hecho histórico

El Evangelio de hoy nos proclama poderosamente que la Resurrección de Jesús es un hecho histórico y real. La escuela crítica o racionalista, surgida en el siglo XVIII, lo había cuestionado: los Apóstoles habrían sido engañados sobre la muerte de Jesús (teoría de la muerte aparente), o sobre la tumba (identificación errónea, robo del cadáver...), o sobre las apariciones. (alucinaciones colectivas, fenómenos parapsicológicos, un doble…). La escuela mítica, en el campo protestante, a finales del siglo XIX afirma que la resurrección misma es un objeto de fe, y no su fundamento: es un mito, una hermosa leyenda, una manera de decir que el mensaje de Cristo sigue vigente. vivo para nosotros, así como decimos “Che Guevara vive”…

Pero los evangelios responden subrayando el realismo del acontecimiento de la Resurrección: el cuerpo de Cristo muerto ha desaparecido del sepulcro, como lo admiten sus propios oponentes (Mt 28, 11-15); Jesús resucitado puede ser tocado (Evangelio de hoy: Jn 20-25) y come con los discípulos (Evangelio del próximo domingo: Lc 28-24; cf. Hch 41). Juan nos dice que el “Hijo de Dios” verdaderamente “vino con agua y sangre” (Segunda lectura: 43 Jn 10), subrayando su historicidad: y resume así la concreción del testimonio apostólico: “Lo que hemos oído, lo que lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado, es decir, la Palabra de vida (porque la vida se ha hecho visible, la hemos visto...), lo que hemos visto y oído, lo proclamamos. también a vosotros” (41 Juan 1:5-6).

El mismo Cuerpo de Jesús, pero transfigurado

Por supuesto, Jesús también atraviesa muros (Jn 20), la Magdalena lo confunde con el jardinero y lo identifica sólo cuando la llama por su nombre (Jn 19-20), los dos discípulos de Emaús caminan con él por mucho tiempo y sólo lo reconocen al partir el pan (Lc 11-18), los discípulos se dan cuenta de que él es el Señor sólo después de una pesca milagrosa (Jn 24-13). Los relatos evangélicos subrayan que, por un lado, el cuerpo del Señor es tal como era antes y, por otro, que está transfigurado. Como dirá Pablo: “Así… la resurrección de los muertos: uno siembra corruptible y resucita incorruptible…; se siembra cuerpo animal y resucita cuerpo espiritual” (35 Cor. 21:4-7). Hay pues continuidad pero al mismo tiempo profunda diversidad entre la percepción de Cristo antes y después de su resurrección. Pero la resurrección no es un error garrafal (escuela crítica) ni una hermosa esperanza (escuela mítica): es un hecho histórico concreto, aunque trascienda la historia convirtiéndose en metahistórico; un acontecimiento real que transformó a un grupo de judíos temerosos encerrados en una habitación (Jn 1) en apóstoles valientes que proclamaban su testimonio por toda la tierra al precio de su sangre.

La nueva ética pascual: compartir

La concreción de su experiencia se traduce en la concreción de una nueva forma de vida: la ética pascual que brota de la resurrección de Jesús es la del compartir. En la Primera Lectura, la comunidad cristiana se presenta como modelo de solidaridad: ser “un solo corazón y una sola alma” se traduce inmediatamente en el hecho de que “nadie reclamaba como propiedad suya lo que le pertenecía, sino que todo era común entre ellos” (Hechos 4:32-35). Para ser discípulo de Cristo hay que vender los bienes y compartirlos con los que no tienen (Mt 19; Lc 21). ¿Y hoy, como individuos, como grupos, como parroquias o como conventos, damos todavía al mundo este signo concreto del acontecimiento pascual? “En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros” (Jn 12): ¿quizás no somos creíbles en nuestro anuncio precisamente porque ya no vivimos la nueva ética pascual de la comunión de bienes?

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