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Santo del día 3 de noviembre: San Martín de Porres

Historia de San Martín de Porres: “Padre desconocido” es la fría frase legal que a veces se usa en los registros bautismales.

“Mestizo” o “souvenir de guerra” es el cruel nombre que le infligen los de sangre “pura”.

Como muchos otros, Martin podría haber llegado a ser un hombre amargado, pero no lo hizo.

Se decía que aun siendo niño entregaba su corazón y sus bienes a los pobres y despreciados.

Era hijo de una mujer liberada de Panamá, probablemente negra pero también posiblemente de origen indígena, y un grande español de Lima, Perú.

Sus padres nunca se casaron.

Martin heredó las facciones y la tez oscura de su madre.

Eso irritó a su padre, quien finalmente reconoció a su hijo después de ocho años.

Después del nacimiento de una hermana, el padre abandonó a la familia.

Martín se crió en la pobreza, encerrado en un nivel bajo de la sociedad limeña.

Cuando tenía 12 años, su madre lo puso como aprendiz de un barbero-cirujano.

Martin aprendió a cortar el cabello y también a extraer sangre, un tratamiento médico estándar en ese entonces, cuidar heridas y preparar y administrar medicamentos.

Después de algunos años en este apostolado médico, Martín solicitó a los dominicos ser un “ayudante laico”, no sintiéndose digno de ser un hermano religioso.

Después de nueve años, el ejemplo de su oración y penitencia, caridad y humildad, llevó a la comunidad a solicitarle la profesión religiosa plena.

Muchas de sus noches las pasaba en oración y prácticas penitenciales;

sus días estaban ocupados cuidando a los enfermos y cuidando a los pobres.

Fue particularmente impresionante que tratara a todas las personas sin importar su color, raza o estatus.

Jugó un papel decisivo en la fundación de un orfanato, cuidó de los esclavos traídos de África y manejó las limosnas diarias del priorato con practicidad y generosidad.

Se convirtió en el procurador tanto del priorato como de la ciudad, ya sea que se tratara de "mantas, camisas, velas, dulces, milagros u oraciones".

Cuando su priorato estaba endeudado, dijo:

“Solo soy un pobre mulato. Vendeme. Soy propiedad de la orden. Vendeme."

Junto a su trabajo diario en la cocina, la lavandería y la enfermería, la vida de Martín reflejó los dones extraordinarios de Dios: éxtasis que lo elevaban por los aires, luz que llenaba la habitación donde rezaba, bilocación, conocimiento milagroso, curaciones instantáneas y una relación notable con los animales.

Su caridad se extendió a las bestias del campo y hasta a las alimañas de la cocina.

Disculparía las incursiones de ratones y ratas con el argumento de que estaban desnutridos; tenía gatos y perros callejeros en la casa de su hermana.

Martin se convirtió en un formidable recaudador de fondos

Conseguir miles de dólares para dotes de niñas pobres para que se casaran o entraran en un convento.

Muchos de sus compañeros religiosos tomaron a Martin como su director espiritual, pero él continuó llamándose a sí mismo un “pobre esclavo”.

Era buen amigo de otra santa dominicana del Perú, Rosa de Lima.

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Fuente:

Medios franciscanos

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