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Santo del día 15 de octubre: Santa Teresa de Ávila

La historia de Santa Teresa de Ávila: Teresa vivió en una era de exploración, así como de agitación política, social y religiosa.

Era el siglo XVI, una época de agitación y reforma.

Nació antes de la Reforma protestante y murió casi 20 años después de la clausura del Concilio de Trento.

El don de Dios a Teresa en ya través del cual se hizo santa y dejó su huella en la Iglesia y en el mundo es triple: fue mujer; ella era contemplativa; fue una reformadora activa.

Teresa como mujer:

Se puso de pie sobre sus propios pies, incluso en el mundo de los hombres de su tiempo.

Ella era “su propia mujer”, ingresando a las Carmelitas a pesar de la fuerte oposición de su padre.

Una persona envuelta no tanto en el silencio como en el misterio.

Hermosa, talentosa, extrovertida, adaptable, cariñosa, valiente, entusiasta, era totalmente humana.

Como Jesús, ella era un misterio de paradojas: sabia, pero práctica; inteligente, pero muy en sintonía con su experiencia; un reformador místico, pero enérgico; una mujer santa, una mujer mujer.

Una mujer “para Dios”, una mujer de oración, disciplina y compasión.

Su corazón pertenecía a Dios.

Su conversión en curso fue una ardua lucha de por vida, que implicó una purificación y un sufrimiento continuos.

Fue malinterpretada, mal juzgada y enfrentada en sus esfuerzos de reforma.

Sin embargo, ella luchó, valiente y fiel; luchó con su propia mediocridad, su enfermedad, su oposición.

Y en medio de todo esto se aferró a Dios en la vida y en la oración.

Sus escritos sobre la oración y la contemplación se extraen de su experiencia: poderosos, prácticos y llenos de gracia.

Era una mujer de oración; una mujer para Dios.

Teresa fue una mujer “para los demás”.

Aunque contemplativa, dedicó gran parte de su tiempo y energía a buscar reformarse a sí misma ya los carmelitas, para llevarlos de vuelta a la plena observancia de la Regla primitiva.

Fundó más de media docena de nuevos monasterios.

Viajó, escribió, luchó, siempre para renovar, para reformar. En sí misma, en su oración, en su vida, en sus esfuerzos de reforma, en todas las personas que tocó, fue una mujer para los demás, una mujer que inspiró y dio vida.

Sus escritos, especialmente Camino de perfección y El castillo interior, han ayudado a generaciones de creyentes.

En 1970, la Iglesia le otorgó el título que durante mucho tiempo había tenido en la mente popular: Doctora de la Iglesia. Ella y Santa Catalina de Siena fueron las primeras mujeres en ser honradas.

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Fuente:

Medios franciscanos

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